Comentario
La reacción clasicista que se produce en Francia a mediados del siglo XVIII paradójicamente nace en el seno de la Corte entre las mismas personas cuyos gustos coincidían con los de los artistas del Rococó. Como no podía ser menos, en la escultura la situación es idéntica y dos artistas tan diferentes en tantas cosas como son Pigalle y Falconet, forman parte del círculo de los elegidos por Madame de Pompadour, la favorita del Rey.Jean-Baptiste Pigalle (1714-1785) inicia su formación con Robert Le Lorrain y luego con Jean-Baptiste Lemoyne; fracasa en sus intentos de conseguir el primer premio en el concurso de la Academia y determina marcharse de todas formas, a su costa, a Roma, desde 1736 a 1739. A su vuelta, decide seguir el camino habitual de todo buen artista y presenta para su aceptación en la Academia en 1741 una terracota de Mercurio atándose las sandalias (Museo Metropolitano de Nueva York). Significativamente, con la intención de acomodarse al gusto del momento y favorecer su buena acogida por parte de los académicos, en vez de la figura aislada, sin tema, organiza un grupo, esculpiendo una Venus sentada sobre una roca que ordena a Mercurio buscar a Psique. Ni más ni menos se trataba de un tema galante, como ilustración de un cuento de La Fontaine. La figura del dios traspasada al mármol se convirtió en su pieza de recepción a la Academia en el año 1744.El tema infantil fue un género muy apreciado por los coleccionistas del siglo XVIII que además se adaptaba a la escultura de salón, de pequeño tamaño, adecuada a los nuevos espacios. Pigalle pronto se acomodó a esta moda e hizo numerosas figuras de niños jugando con objetos diversos. Uno de los primeros y de los más conocidos es su Niño de la jaula (Museo del Louvre).Fue también un gran escultor de temas religiosos pero desgraciadamente se conocen pocas obras a causa de su destrucción durante la Revolución. Entre las conservadas, por ejemplo la Virgen con el Niño de la capilla de la Virgen en la iglesia parisina de San Sulpicio, no tiene reparo en utilizar nubes, rayos y policromía dentro de la más tradicional estética del barroco. Como ocurre en sus monumentos funerarios del Conde de Harcourt (Notre-Dame de París) o del Mariscal Mauricio de Sajonia (iglesia de Santo Tomás de Estrasburgo). Si bien en este último hay una cierta elegancia algo fría que presagia el neoclásico.En general, las obras encargadas por Madame de Pompadour para su château de Bellevue mantienen el encanto y la gracia del rococó. La Amitié, retrato de la favorita como la Amistad, haciendo un gesto de acogida a la vecina estatua del rey, del año 1753, se repite al año siguiente en el grupo L'Amour et l'Amitié, encargado por su hermano Marigny. Estos retratos graciosos y un tanto idealizados se transforman, en el Citoyen heureux o el retrato desnudo de Voltaire (Museo del Louvre), en los verdaderos ideales del escultor tan ajeno a la retórica como al canon antiguo. El ciudadano feliz forma parte del pedestal de la estatua de Luis XV de la Place Royale de Reims, monumento que fue inaugurado solemnemente en 1765. Escandalizados, Grimm y Diderot se burlaban del aire de carretero que tenía el rey o de costalero el ciudadano. Fueron precisamente estos y otros ilustrados los que le encargaron la estatua de Voltaire desnudo cuando tenía 76 años, que despertó también muchas críticas y que incluso hoy día los historiadores no se ponen de acuerdo sobre su clasificación estilística.Los diferentes caminos a los que he hecho referencia al repasar la obra de Pigalle se manifiestan aún más en Etienne-Maurice Falconet (1716-1791). Alumno de Jean-Baptiste II Lemoyne, no fue a Roma y tuvo sus dificultades en ser admitido en la Academia. Sin embargo, la protección de Madame de Pompadour le abrió el camino de los encargos reales. Sus figuras menudas, con un tipo de mujer casi niña, sus composiciones refinadas y sensuales, consiguieron un enorme éxito. Al ser nombrado, desde 1757 a 1766, director del taller de escultura de la manufactura de Sèvres, ejecutó numerosos modelos de biscuit, lo cual produjo una mayor propagación de su estilo.Si no supiéramos otra cosa de este escultor, podríamos concluir afirmando que nos encontramos ante la muestra más acorde de los franceses dieciochescos con el espíritu del Rococó. Esto es cierto, pero hay que añadir otras facetas de Falconet que quiebran la simplicidad de esa primera definición. El hombre que ejecutó aquellas deliciosas figurillas fue un intelectual, filósofo, admirado por Goethe y, lo que es más sorprendente, amigo de Diderot.En 1760, en sus "Reflexions sur la sculpture" leídas en la Academia y cuyo resumen debía ser editado en el artículo escultura de la "Enciclopedia", expresaba ideas como éstas: "El fin más digno de la escultura, desde el punto de vista moral, es perpetuar el recuerdo de los hombres ilustres y ofrecer modelos de virtud", aunque reconocía que también podía tener otro objetivo "menos útil en apariencia, como cuando se trata de temas de entretenimiento o simples decoraciones: aunque entonces no es menos apta para llevar el alma hacia el bien o el mal". Este sentido del valor moral se adapta a las teorías del Neoclasicismo, pero no acepta la vuelta a la Antigüedad como canon rígido. Critica a los partidarios de la exacta imitación de la Antigüedad y afirma que "es la naturaleza viviente, animada, apasionada, la que el escultor debe expresar sobre el mármol, el bronce o la piedra". En su persona se dan las contradicciones del movimiento ilustrado del siglo XVIII entre unas convicciones teóricas y una forma práctica de disfrutar de la vida.Para colmo de paradojas, este escultor favorito de la Pompadour fue elegido por Catalina II de Rusia, gracias en parte a la recomendación de Diderot, para alzar la imponente estatua ecuestre de Pedro el Grande en San Petersburgo. Diderot sueña con el zar sobre fogoso caballo encima de una escarpada roca, expulsando a la Barbarie y a sus pies una fuente rodeada de la Barbarie, el Amor de los pueblos y el símbolo de la Nación. Falconet rechaza estos consejos y considera que sobran todas esas figuras pues "mi héroe se basta a sí mismo, él mismo es su sujeto y su atributo". Quiere representar al zar no como conquistador, sino como legislador, pues el escultor "debe preguntarse ante todo cuáles de todas las acciones de su héroe son las más útiles para la felicidad de los hombres" y pretende vestirlo con un traje intemporal: "en una palabra, en un traje heroico". Unicamente admite dos símbolos, la roca escarpada y una serpiente aplastada por el caballo, es decir, las dificultades que el gobernante debe afrontar y la envidia impotente. Al fin la escultura fue inaugurada en 1782. Pocas veces creo que pueden darse contrastes más opuestos en una misma persona.Igual que Falconet, también fueron alumnos de Jean Baptiste II Lemoyne, Jean-Jacques Caffieri (1725-1792), especialista en el retrato, y Augustin Pajou (1730-1809), que trata todos los géneros en un estilo cada vez más lejano del Rococó.No podría terminar esta panorámica de la escultura francesa sin aludir a un escultor que aunque su vida se alarga ya al siglo XIX sigue siendo fiel en muchos aspectos a la coquetería y galantería dieciochesca, me estoy refiriendo a Claude Michel, llamado Clodion (1738-1814), pariente de los Adam, que no participó en los honores académicos ni en los grandes encargos oficiales. Se especializó en pequeñas figuras de terracota o mármol, ilustrando temas mitológicos ligeros que recuerdan los relieves alejandrinos, o sensuales personajes, a veces licenciosos y cargados de malicia. También colaboró en la decoración monumental con los arquitectos neoclásicos. La encantadora terracota del Museo de Artes Decorativas de París, representando a una muchacha desnuda jugando con un perro, repite un tema que ya vimos utilizado en una pintura de Fragonard.